La ansiedad es una respuesta normal del cuerpo ante situaciones de estrés, incertidumbre o peligro. Sin embargo, cuando esta sensación se vuelve constante, intensa y difícil de controlar, puede convertirse en un trastorno que afecta seriamente nuestra calidad de vida. En estos casos, el tratamiento puede requerir terapia psicológica, cambios en el estilo de vida y, en muchos casos, el uso de medicamentos. ¿Cuáles son los antidepresivos para la ansiedad más recetados? Existen varios tipos que han demostrado ser eficaces para reducir sus síntomas. Los más recetados pertenecen a dos grandes grupos: los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN).
Los ISRS, como la sertralina, el escitalopram, la fluoxetina, la paroxetina o el citalopram, son de los más utilizados por su buena tolerancia y perfil de seguridad. Estos medicamentos actúan aumentando los niveles de serotonina en el cerebro, un neurotransmisor que influye directamente en el estado de ánimo, el sueño y la percepción del estrés. Se ha observado que los ISRS ayudan a reducir los pensamientos negativos o catastrofistas así como los síntomas físicos de la ansiedad: palpitaciones, tensión muscular o sensación de ahogo.
Por otro lado, los IRSN, como la venlafaxina y la duloxetina, también son eficaces en el tratamiento de la ansiedad, especialmente cuando hay síntomas físicos intensos o cuando la ansiedad se acompaña de dolor crónico o fatiga. Estos medicamentos aumentan tanto la serotonina como la noradrenalina en el sistema nervioso y suelen indicarse cuando los ISRS no han funcionado adecuadamente o no han sido bien tolerados.
Además de estos, en algunos casos se puede recurrir a antidepresivos tricíclicos como la clomipramina o la imipramina, que también han mostrado efectividad en trastornos de ansiedad, aunque suelen reservarse para situaciones más complejas debido a una mayor probabilidad de sufrir efectos secundarios.
Cabe destacar que los antidepresivos no actúan de forma inmediata. Generalmente, se requiere un período de varias semanas para comenzar a notar una mejoría significativa. Por eso es fundamental seguir las indicaciones de tu psiquiatra y no suspender el tratamiento antes de tiempo, aunque al principio los efectos no sean evidentes.
¿Cómo aliviar los síntomas de abstinencia de los antidepresivos?
Una de las preocupaciones más frecuentes en personas que han tomado antidepresivos por un tiempo prolongado es cómo dejar el tratamiento sin experimentar síntomas de abstinencia. Es importante aclarar que los antidepresivos no generan adicción como otras sustancias, pero sí pueden provocar lo que se conoce como “síndrome de discontinuación” si se interrumpen bruscamente.
Estos síntomas pueden incluir mareos, insomnio, irritabilidad, ansiedad aumentada, náuseas, dolor de cabeza o sensaciones eléctricas en la cabeza (a veces llamadas “zaps cerebrales”). Por lo general, estos síntomas no son peligrosos, pero pueden ser molestos o alarmantes si no se está preparado.
La mejor manera de prevenir o aliviar estos efectos es reducir la dosis de forma gradual, siguiendo siempre las pautas del médico. Nunca se debe suspender un antidepresivo de golpe sin supervisión profesional, incluso si nos sentimos mejor. En algunos casos el médico puede optar por reducir la dosis en pasos semanales o mensuales, según el tipo de medicamento, la duración del tratamiento y la respuesta del paciente.Durante este proceso, es útil mantener una buena rutina de sueño, alimentarse adecuadamente, evitar el alcohol y practicar técnicas de relajación como la respiración profunda, la meditación o el yoga. Contar con apoyo emocional y, si es posible, continuar con terapia psicológica también puede hacer que el proceso sea más llevadero.
Efectos secundarios de los antidepresivos
Como cualquier otro medicamento, los antidepresivos pueden provocar efectos secundarios, especialmente durante las primeras semanas de tratamiento. La mayoría de estos efectos tienden a ser leves y temporales y suelen desaparecer a medida que el cuerpo se va adaptando al medicamento.
Entre los efectos más comunes se encuentran las náuseas, la sequedad de boca, somnolencia o insomnio, dolores de cabeza, mareos y, en algunos casos, una sensación de mayor nerviosismo al inicio del tratamiento. También es común experimentar cambios en el apetito y alteraciones en la vida sexual, como disminución del deseo o dificultades para alcanzar el orgasmo.
En la mayoría de los casos, estos efectos secundarios no son motivo para suspender el tratamiento, pero deben ser comunicados al médico para evaluar la situación y, si es necesario, ajustar la dosis o probar con otro fármaco. Es importante recordar que no todas las personas experimentan efectos secundarios y que muchas veces los beneficios a largo plazo del tratamiento superan con creces estas molestias iniciales.
En situaciones menos comunes puede haber reacciones más graves, como alteraciones del estado de ánimo, pensamientos negativos o empeoramiento de la ansiedad. En estos casos es fundamental buscar ayuda médica de inmediato.
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